La doble perspectiva de la muerte
Cómo ser humilde ante la vida es más difícil cuando no entendemos lo que es morir
Desde una edad ya joven, uno comienza a pensar en la muerte con más asiduidad. Si bien no en todos los casos, lo habitual es temerla. Uno piensa en la forma que tomará, si causará sufrimiento, qué sensación creará y, lo más importante: cuándo vendrá.
Parece complicado para el cerebro entender el hecho de “dejar de existir”. Pocas personas han estado orgánicamente muertas y vuelto a la vida (como le ocurrió al bajista de la famosa banda Mötley Crüe, Nikki Six), y aunque puedan relatar experiencias únicas, creo que es algo que, aún hoy en día, resulta igualmente incomprensible y fascinantes. Pero la dualidad sobre la que quiero tratar no es esta, si no cómo vemos la muerte cuando somos jóvenes.
Humildad frente a la vida, desconcierto ante la muerte
Muchos son los que aconsejan ser humilde, mirarse al espejo todos los días y ser consciente de tu propia mortalidad; todo lo tuyo, lo que has logrado, lo que posees, es temporal, y algún día desaparecerá, a la vez que lo haces tú mismo. Primero, se irá tu cuerpo; tiempo después, el recuerdo de tu existencia. Lejos de ser una máxima deprimente, se trata de ubicar a la propia persona dentro del gran conjunto que es la vida, dándole la posibilidad de saber el lugar que ocupa. Si bien esto, con la práctica, debería resultar una tarea relativamente sencilla, hay algo que se me escapa:
¿Cómo aceptamos nuestra propia mortalidad, si no podemos concebir el “no existir?
Algo aparentemente fácil en teoría, se vuelve confuso en la práctica. Hay una madeja de pensamientos mal hilados, conexiones mentales que funcionan a mil por hora, tratando de unificar un concepto básico, pero imposible de visualizar: algún día, morirás. Estando cada vez más cerca de los 30, cuando pienso en este asunto, se me hace costoso. Estoy al tanto de mi fragilidad y temporalidad como ser vivo, pero aún no entiendo el “dejar de estar”; más bien, no consigo darle forma. Desconozco si con los años esto se hace más tangible, más real, a medida que las personas se acercan al inevitable final. En la actualidad, sin embargo, no soy capaz de imaginarlo. De hecho, apenas puedo crear una imagen mía envejecida, no puedo ver a mi “yo” anciano. Esto no hace sino reforzar otro aspecto, jugando nuevamente en contra de esa humildad que debemos mantener: la sensación de inmutabilidad.
Joven e inmortal
A pesar de los cientos de filtros y aplicaciones que pueden hacer una “semejanza” con nuestro aspecto físico de mayores, se me hace igualmente imposible detallar todo lo que puede cambiar este con el paso del tiempo. Es decir, cuando imagino situaciones futuras, siempre me veo con el mismo aspecto que tengo en la actualidad. Obviamente, esto resulta lógico, si partimos de la base de que le estamos pidiendo al cerebro que cree una imagen de nosotros que aún no ha visto.
Aun así, y en sintonía con el punto anterior, me encuentro ante la siguiente disyuntiva: ser consciente de que el hoy es finito y el mañana incierto, debe hacerme más humilde; en contraposición, no puedo concebir envejecer, ni tampoco fallecer. Por tanto ¿cómo practico un concepto (la humildad frente a la vida) si lo que me debería ayudar a hacerlo es, actualmente, teórico?
Si bien soy consciente de que la vida puede terminar en cualquier momento, la rutina diaria hace que esta parezca algo imperturbable, incluso infinito; algo que, a pesar de los cambios, más o menos significativos, nunca terminará. Esto puede dar la impresión a la mente de “tener vía libre” para aguardar, para esperar, para seguir cometiendo errores y mantenerse en una posición cómoda. En el fondo, no aceptamos el hecho de que moriremos, y como consecuencia de esa “inmortalidad” aparente, nos cuesta horrores avanzar, aprender y tomar decisiones.
El complejo de dioses
Incluso aunque hayamos presenciado el fallecimiento de un familiar, u oigamos a otra persona hablar de experiencias similares, la muerte nos sigue resultando algo ajeno e incomprensible. Esto explica el hecho de que la sigamos rechazando, de que aún nos encontremos en la búsqueda de “La fuente de la Eterna Juventud”, o del “Santo Grial”, sólo que en lugar de reliquias legendarias, ahora podemos recurrir a la medicina, la bio-ingeniería y demás ramas científicas.
Mientras que nos acomodamos, no nos arriesgamos y caemos siempre en los mismos ciclos, aún tenemos ese pequeño complejo de dioses, esa sensación de que nosotros somos especiales, únicos, elegidos: inmortales. Consideramos que, al rechazar la muerte, al no comprenderla, le será imposible alcanzarnos, aunque lo hagamos de manera inconsciente. La tememos, la odiamos y al final, terminamos por descartarla, haciendo caso omiso de la misma, como si no existiera.
Aquí, entonces, me gustaría llegar a la siguiente conclusión: vivir como si fueras a morir mañana no significa tal cosa, desde mi punto de vista; implica hacer las cosas que consideres correctas y beneficiosas para ti, siendo consciente de que efectivamente, hay un final. No debemos perder esa perspectiva, no podemos olvidar que para cada vida humana siempre hay un horizonte. Quizá sea incierto en cuanto al cuándo, pero no en cuanto al hecho de que ocurrirá.
Es muy difícil imaginar la muerte, pero puede que aceptarla como una realidad constante nos ayude a ser un poco mejores, a arriesgarnos un poco más. Aunque esto siempre son suposiciones, claro.
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Un abrazo,
Aníbal
Le echaré un vistazo sin duda. La muerte es algo que debe hacernos apreciar el hoy, pero en ocasiones, me resulta difícil ponerla en perspectica. Muchísimas gracias por comentar!
Reflexiones honestas y bien transmitidas. Y me suena familiar. Mi lema durante los años de universidad: "Joven e inmortal mientras no muera".
En nuestro sitio hay un artículo escrito por mi padre, de 88 años, sobre el tema. Creo que son complementarios.